La Paz es la transformación del territorio en la Sierra Nevada de Santa Marta.

Por Ricardo Ernesto Villa Sánchez
@rvillasanchez
“Si los hermanos del corazón del mundo se matan entre sí, no habrá Paz en el mundo.”
—Gustavo Petro Urrego
El silencio de los fusiles puede anunciar una guerra nueva o una ventana de oportunidad para la reconciliación. Esta vez, desde lo alto de la Sierra Nevada, un grupo armado con fuerte presencia territorial ha declarado un cese unilateral al fuego. Las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada, han puesto sobre la mesa un mensaje directo: están dispuestas a conversar. Y el Estado debe escuchar, con atención, sin ingenuidad, pero también sin arrogancia. Diálogo social, diálogo de saberes, de buena fe.
El momento exige reflexión. ¿Qué significa realmente este gesto en uno de los territorios más complejos del país? La pregunta sería clara: la paz que se construye en el Gobierno del Cambio no puede limitarse al desarme ni a la desmovilización; debe ser una transformación estructural, real, territorial y participativa. En otras palabras, no basta con que cesen las balas. Tiene que cambiar la forma en la que el Estado se relaciona con el territorio, con las comunidades y con la legalidad.
La Sierra Nevada ha sido olvidada, intervenida selectivamente, y capturada por poderes armados durante décadas. Su geografía sagrada y biodiversa ha sido también campo de guerra, narcotráfico, contrabando, minería ilegal, control social y silencios impuestos. Por eso, que desde allí se proponga un espacio de conversación, por precario que parezca, no puede ser ignorado.
El enfoque no parte de una negociación política entre pares. No se trata de legitimar estructuras armadas, sino de abrir un espacio sociojurídico con fines claros: desmantelamiento, sometimiento a la justicia y justicia restaurativa. El Estado no puede presentarse únicamente con la fuerza pública. Debe llegar con inversión social, institucionalidad legítima, garantías de participación y protección para quienes se acojan al proceso.
Este tipo de conversaciones no son para premiar a los armados, sino para desmontar sus redes de control y ofrecerle al territorio un camino diferente. La prioridad no es lo que se pacte en una mesa, sino lo que se transforma en la calle, en la escuela, en el hospital, en la montaña. La Paz es la transformación del territorio, con la participación de la sociedad en su conjunto.
La paz que se espera no es un favor. Es un derecho fundamental. Y como tal, es responsabilidad del Estado garantizarla desde sus tres ramas del poder público, no solo desde el Gobierno. El Congreso debe legislar con enfoque territorial; la justicia debe actuar con mecanismos eficaces de transición, sanciones equitativas y segundas oportunidades para el acogimiento a la justicia y la reconciliación; y el Ejecutivo debe implementar sin dilación políticas públicas que devuelvan dignidad.
Las comunidades, por su parte, no deben ser observadoras sino protagonistas. En este tipo de procesos, la concurrencia de actores es vital. No solo las autoridades nacionales y locales, sino también organizaciones indígenas, afrodescendientes, campesinas, defensores de derechos humanos, Iglesia y cooperación internacional deben tener voz, veeduría y compromiso.
Porque este proceso —si avanza— no será sostenible sin una inversión social sostenida en la Sierra Nevada. Sin escuelas, hospitales, vías, acceso a tierra, cultura de paz, justicia y oportunidades reales para los jóvenes, la paz no pasará del papel a la vida.
La historia nos lo ha enseñado con dureza: los firmantes del Acuerdo de 2016 fueron asesinados, estigmatizados, desplazados porque se quedaron esperando esas garantías, mientras hacían trizas la Paz. No se puede repetir el error. Es clave acá una zona de ubicación temporal que vaya dirigida a un pacto territorial para una región de paz.
El cese unilateral al fuego, en este caso tan breve, ojalá se extiende a un cese multilateral al fuego sobre todo entre los grupos en disputa territorial, y sea definitivo, como lo planteó el señor presidente en X. Además, debe ser visto como un primer paso hacia la creación de un nuevo pacto territorial, una agenda compartida de paz en el territorio, que reconozca las particularidades de la Sierra, su gente y su historia. Un pacto que no se escriba en Bogotá, entre gente que piense que nosotros somos esclavos de los tiempos del Caribe, del “sí pero ajá”, sino que se construya desde los senderos de la memoria, del pensamiento crítico, la resistencia, el movimiento social campesino y ancestral, las mujeres, y el liderazgo sentipensante del Magdalena, La Guajira y el Cesar, donde habita la esperanza.
Esta no será una paz exprés. Tampoco será simple. Pero puede ser un hito si se construye con valentía, con responsabilidad, sin ambigüedades, segregación ni sectarismo, y con verdad. Lo importante es que no se negocie desde el miedo ni desde el oportunismo, sino desde una ética democrática que ponga en el centro la vida, la justicia y la dignidad.
Hoy, más que nunca, el balón está en la cancha de la Paz Total. No en los discursos, sino en los actos. No en las intenciones, sino en las decisiones. Porque una tregua puede ser un espejismo o un punto de partida. Y esta vez, no hay margen para fallar. La coyuntura es propicia, hay voluntad e iniciativa, es necesario avanzar en la hoja de ruta que se concerte con hechos concretos.
Adenda: Les comparto con agrado mi tema: Es mi Sierra Nevada. Aún inédito: https://youtube.com/shorts/ubQd7DoLFuc?si=DqxX9h1F1Fudp1iu